martes, 31 de marzo de 2009

La Identidad del Informático Feliz (o infeliz si le engaña su señora o viceversa)

He pasado tres días encerrado con unos tipos (lo digo en sentido no despectivo y carente de agresividad) bastante ingeniosos en lo liviano y silenciosos en lo profundo y este tiempo me ha servido para iniciar una reflexión sobre la tipología y el comportamiento del informático en su entorno profesional.
Supongo que este comportamiento, parcialmente, alterará también su comportamiento social, familiar, la relación con sus hijos, con la naturaleza, con el retrete, con las chuches, con el cine, con el fisco, con los balances, con las drogas, con el cielo y las estrellas y por ende con el mundo.
Por lo tanto nos afectará a cada uno en mayor o menor medida e igualmente, con mayor o menor intensidad (algo que yo no puedo valorar), hará que la rotación del globo terráqueo, aunque sea mínimamente, varíe.
Porque el informático es un ser peculiar en todos los sentidos. Y quede claro que esta generalización tiene los millones de excepciones que el lector quiera ponerle. Y deben ser muchas, porque si no, la rotación antes mencionada se detendría.
Pero ciñéndome al grupo en cuestión he percibido algunas peculiaridades, que en mi opinión los hacen comunes entre sí y diferentes del resto de los mortales. Y debo decir que estas características comunes las he notado no solo en este minúsculo grupo de 8 personas; creo que es un rasgo que define a todos los informáticos del mundo.
Ahí van algunas, a modo de ejemplo y sin ánimo de ser exhaustivo:

Hablan muy deprisa, vocalizan mal y se ríen de lo que dicen sin que resulte especialmente gracioso (concretamente, nada gracioso).
Defienden con ardor que para concentrarse en su trabajo necesitan colocarse unos cascos con músicas variopintas. Todo el mundo, digamos normal, sabe que la música amansa a las fieras, relaja y, si es profunda, te exige un alto nivel de atención y concentración en la música misma. Además, en casos, induce al sueño.
No hablan de sexo y para mas INRI ni siquiera miran escotes o paquetes. Y esa patología es grave y poco humana.
Dicen no de forma continua.
Dicen sí de forma continua.
En ambos casos la respuesta es aleatoria y no tiene nada que ver con la pregunta ni con la realidad.
Algunas veces guardan silencio sin que tú puedas saber si es que no tienen ni zorra idea, si han desconectado el interruptor o es que directamente les pareces un imbécil y se han cansado de escucharte.
Creen que el resto de los humanos (y en esto se parecen a los jugadores de bridge y de ajedrez) son un poco menos inteligentes que ellos y por lo tanto incapaces de entenderles en su mismidad.
Están dispuestos a discutir durante horas si un lenguaje abierto es mejor que un quítame allá un java.
Creen que para desarrollar su labor es necesario ser joven, pero se ahogan a la primera cuesta de nada (salvo una escasa excepción).
Comen como fieras, pero previamente te cuentan el rollo de que ellos vigilan mucho la dieta.
Unos duermen con cascos y otros roncan como fieras.
Están firmemente convencidos de que en su lugar de trabajo no hay que hacer pasillos, pero sí bajarse a fumar cada veinte minutos.
Se comunican a través del Messenger para cosas serias -ya sabes, comunicación en tiempo real-.
Creen que te tragas todo lo que dicen porque no se les entiende nada.
Creen que los jueguecitos de marcianos, el You Tube, el Facebook y similares, son autoformación.
Dibujan mientras tú les cuentas una teoría filosófica sobre cultura empresarial porque eso no va con ellos.
Bostezan en tu cara cuando se aburren, para que te quede bien claro y te calles de una puta vez.
Y creen que los ciervos vuelan, que la jara es una droga y que todas las croquetas son congeladas.
Además, creen que en todos los casos los clientes no saben nada de nada de nada, pero gracias a ellos tienen alguna remota posibilidad de redimirse.
Que viene a ser algo así como la modernidad soy yo y ojito, ojito.
Con esto termino por hoy. Más en otra ocasión.


Firmado

Silvestre Paradox