jueves, 9 de julio de 2009

Las erratas son el terror de los escritores.

En un cuento de Blasco Ibáñez, que en su primera edición decía "Aquella mañana, doña Manuela se levantó con el ceño fruncido”, alguien cambió ceño por coño. El poeta Garcilaso puso en un verso: "Y Mariuca se duerme y yo me voy de puntillas". Pero un duendecillo sustituyó puntillas por putillas. A veces, la sola ausencia de una tilde conduce a la fatalidad, como aquél que dijo necesitar “una secretaria con ingles", en vez de con inglés. Otro caso: en una crónica teatral, el cronista escribió: “... el exquisito gusto de la autora es bien conocido por todos sus amigos”. Solo que, en vez de gusto, salió publicado busto...

Errar es de humanos, señores.

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